sábado, 8 de diciembre de 2012

Calvario de las víctimas de violencia machista

«Mi abogada me dijo que retirara la denuncia por malos tratos»

La asociación Argituz recopila 20 testimonios de víctimas de violencia machista en Álava para reclamar mejores recursos públicos, sobre todo judiciales

«La primera fue la de oficio, que no me gustó nada porque ¡parece mentira que sea abogada de violencia de género! Y es que me dijo: 'quita la denuncia'? No me entra en la cabeza que aconseje eso a una mujer maltratada». «Le dije a la abogada que estaba muy nerviosa, que estaba llorando y ella me contestó que me convenía retirar la denuncia». «He llegado a tener 362 llamadas en mi móvil y todo el día diciendo: 'me voy a suicidar', o 'te voy a cortar el cuello' y la juez no me creyó».
Estos son algunos de los testimonios de mujeres víctimas de malos tratos que sacan a la luz una problemática a menudo desconocida. El largo calvario que -por si las palizas, los insultos o el acoso de días, meses o años no fuera suficiente- padecen muchas una vez lo denuncian, al entrar en un sistema que en numerosas ocasiones las juzga, las convierte en culpables y las avergüenza, y frente al que ellas se sienten desprotegidas. Víctimas por partida doble.
Una situación que la asociación pro derechos humanos Argituz ha querido denunciar a través de una investigación que ha realizado sobre la efectividad de los recursos públicos en los itinerarios de salida de la violencia de género. Es decir, los apoyos sanitarios y psicológicos, los procesos judiciales o el trato con los letrados que experimentan las maltratadas una vez ponen la denuncia. Y el resultado, en su mayor parte, es bastante negativo.
La conclusión se extrae de los testimonios de una veintena de mujeres que han padecido la violencia de género y han conseguido salir de ella. La mayoría, catorce, acudieron a la Policía o los jueces y el resto recurrieron al apoyo psicológico. Pero desde Argituz han dado un paso más y se han centrado en las residentes del entorno rural alavés, de municipios de menos de 3.000 habitantes donde su situación, si cabe, puede resultar más difícil. Primero, porque ni ellas mismas reconocían ser víctimas de malos tratos. «Estaba hecha una mierda, muerta en vida, pero nunca me reconocí como mujer maltratada», confiesa una. «El maltrato no es que te metan dos hostias sino que es un trabajo diario de hacerte sentir que no vales nada», añade otra.

Profesionales empáticos
«A menudo en su entorno se normaliza esa violencia, hay más cercanía, más control social y eso avergüenza a las mujeres», explicó ayer María Naredo, coordinadora del estudio. A ello se añade la precariedad económica de las víctimas, las dificultades de desplazamiento para acceder a los diferentes recursos y la sensación de aislamiento.
Es ahí donde juegan un papel clave los profesionales sanitarios de los centros de salud rural. «Pueden ayudarlas a reconocer lo que están viviendo, pero deben estar formados y ser empáticos, añade Naredo. El mismo requisito que en la atención policial. «La unidad especializada de la Ertzaintza está muy bien valorada, pero el resto de los agentes, no tanto», apunta. Aunque la mayor problemática la viven en los juzgados de género. «La policía hace su trabajo, pero luego vas a los juzgados y hay un descontrol... ¿Para qué ponen en la tele eso de 'ante el maltrato denuncia'? Ante todo tiene que haber gente preparada y psicólogos, la peor experiencia son los juzgados, no te puedes imaginar la frialdad de los jueces», explica otra.
«Muchas están solas, no les garantizan acceso a una justicia gratuita, los abogados de oficio llegan tarde, no les informan como deberían y a veces hasta les aconsejan que retiren la denuncia», explica Naredo. «Me sentí como una delincuente», recuerda otra en su testimonio. Sobran las palabras.